¿Cómo las prácticas de las niñas y los niños contribuyen a la construcción de una sociedad sana, inclusiva y pacífica? 

Durante los primeros años de vida, las niñas y niños suelen imitar comportamientos de adultos, por ello, siempre se nos indica que debemos dar un buen ejemplo. De acuerdo con la teoría, la imitación es una habilidad básica considerada esencial en el desarrollo de la niñez y necesaria para que se dé el aprendizaje. Las niñas y los niños que no han tenido alteraciones en su desarrollo neurológico utilizan esta habilidad sin ninguna dificultad y, además, esta les permite saber desenvolverse en cualquier situación. No es extraño entonces que, ante alguna reacción, expresión o actitud, nos preguntemos “de dónde aprendió eso” o “dónde lo vio”. 

Las muestras de intolerancia en espacios públicos y privados que enfrentamos día a día, las constantes polarizaciones que encontramos en los discursos de diferentes grupos de personas y la consecuente “desautorización moral” son ejemplos de que nos encontramos muy lejos de promover con nuestros actos la construcción de una sociedad sana, inclusiva y pacífica.  

Sin embargo, la educación inclusiva podría ser ese oasis donde se cultiven los valores que aspiramos para que nuestra sociedad pueda reconocer, comprender y valorar las diferencias. Es difícil que como personas adultas tengamos altas expectativas respecto de lo que pueden hacer las personas con discapacidad si es que no hemos experimentado una actividad previa con ellos descubriendo su creatividad, sus formas particulares de expresar lo que sienten o piensan, su voluntad por aportar y aprender.  

Desde otro extremo, es más probable que las “diferencias” sean calificadas como menores en tanto los docentes, auxiliares y en general la comunidad educativa desarrolle esas estrategias que brinden los apoyos necesarios para que todas las niñas y niños puedan participar de las actividades.  

En el marco del Objetivo de Desarrollo Sostenible 4 de Educación de calidad, se encuentra el objetivo de Construir y adecuar instalaciones educativas que tengan en cuenta las necesidades de los niños y las personas con discapacidad y las diferencias de género, y que ofrezcan entornos de aprendizaje seguros, no violentos, inclusivos y eficaces para todos”, y ello debe convocarnos a sumar desde nuestro rol de ciudadanas y ciudadanos, profesionales o miembros de una familia, para brindar entornos con dicha características prestando especial atención a nuestras actitudes, comportamientos y actividades. 

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